En Rajastán, los monjes desnudos hacen meditar
Son de la religión jainista y despiertan la curiosidad mundial
NUEVA DELHI.- Viajé a la India invitado por la Universidad de Nueva Delhi y tuve oportunidad de cumplir con uno de mis viejos deseos: conocer a los hombres superiores del jainismo, que también responden a la denominación occidentalizada de monjes desnudos.
Son muy escasos, pero fui conducido adonde moran y meditan dos de ellos, en una humildísima construcción cerca de Jaipur, en la región del Rajastán al NO de la India. Pertenecen a la religión jainista, fundada en el siglo IV antes de Cristo por Vardhamana Mahavira, casi simultáneamente que Buda fundaba la suya, ambas antibrahmánicas. Los jainistas practican la mortificación corpórea en la convicción de que para emprender el camino hacia Dios es necesario realizar la más sagrada de las peregrinaciones: el viaje hacia el interior del ser humano.
Abandonar el mundo de las tentaciones y las apariencias para viajar hacia la esencia interior. Proponen el desapego, el arrojar fuera de la mente y de los sentidos los objetos del mundo, pues no es allí donde podrá hallarse lo que llaman la Ultérrima Verdad , escondida en el más recóndito rincón de nuestro corazón. Mahatma Gandhi era un jainista, de allí que vestía sólo con un paño que poco lo cubría y su tendencia a los ayunos llevados hasta la agonía como mecanismo de presión política.
Para el jainismo, el mundo se divide entre jivas (sustancias animadas) y ajivas (sustancias inanimadas). El alma humana es una de las jivas y se encuentra en conflicto permanente y letal con el karma (la materia, para los jainistas) que la penetra y la degrada, la separa de sí misma. Sólo se produce la moksu , la salvación, cuando el alma ha conseguido eliminar todo karma.
De allí la desnudez de los monjes que visité, como expresión del desapego de toda convención humana, y sólo cubren su cuerpo con cenizas cuando deben movilizarse para alguna celebración religiosa. Leen incesantemente sus libros sagrados, los siddhantas, y algunos discípulos -que con una actitud de inmenso respeto reciben sus enseñanzas - me contaron que diariamente sólo se alimentan de los granos que caben en la palma de su mano.
Asimismo me aseguraron, y en ese ambiente de impresionante espiritualidad no encontré razón para no creerlo, que el hombre sabio que fotografié suele levitar mientas medita.
He visto jainitas que llevan su boca tapada por una gasa rústica, como el barbijo de un cirujano, para no matar bacterias pues algunos de ellos son ultrapracticantes de la ahimsa , la abstención de todo aquello que pueda dañar a un ser vivo.
Los monjes desnudos son considerados hombres superiores, es decir, que su alcanzada santidad interrumpe el proceso de sucesivas reencarnaciones por lo que sus cadáveres no son echados al sagrado río Ganges, sino que se les reservan enterratorios especiales.
Le pregunté al comedido hindú que me introdujo en ese ámbito alejado de todo circuito turístico si el monje se habría disgustado por haberle tomado fotografías, y me respondió que no, que los seres superiores no tienen deseos ni emociones, no conocen lo que es el enojo ni la alegría; lo real es apenas un desvaído velo que hace de fondo a su luminosa interioridad. Mi presencia no habría sido más que un débil karma inevitablemente expulsado de su alma.
Debo confesar que me alejé de ese lugar con sentimientos contradictorios: por un lado, mucha admiración por quienes tienen el coraje de apostar sus vidas a una creencia de sacrificio e individualista que no daña al prójimo, y por el otro, la certeza de que la injusta arbitrariedad de nuestro planeta merece que se hagan esfuerzos en lo real por mejorarlo. Aunque para es haya que vestirse. .